Los Invisibles

En los sesentas, setentas y ochentas los encargados de mantener nuestra precaria institucionalidad olvidaron respetar los derechos de culpables e inocentes, lo que llevó a algunos a cometer excesos y crímenes que hoy lamentamos. Esto, hay que entenderlo, sucedió con el apoyo tácito de gran parte de la población que aún hoy ve en los linchamientos o en la “ley de fuga” de Ubico la solución a la criminalidad. Así, tal vez un inconsciente sentimiento de culpa colectiva, aunado al deseo de algunos de demostrar que no fueron parte de “eso”, hace que hoy, en nuestra sociedad, se ensalce exageradamente a las organizaciones de derechos humanos y se divinice su opinión. A estas, sean nacionales o extranjeras, se les trata como importantes representantes de grandes grupos, aunque en realidad sean organizaciones minúsculas, a menos de que se este hablando de activistas cubanos. ¿Por qué la excepción? 

Durante el tiempo de las conversaciones de paz, la izquierda ideológica logró convencer a la derecha económica de que la paz, real producto del desmorone soviético, requería para ser estable de una relación amistosa con la dictadura cubana. Nuestros políticos se sumaron rápidamente a la idea, viendo la oportunidad de agregar un apetecible sabor “anti-yanki” a su imagen. Con el tiempo, todos aceptaron la solución ofrecida por el gobierno cubano para salvar la contradicción de alabar a la Democracia al tiempo de ser amigos de la Dictadura. ¿La solución? Los cubanos simplemente no eran humanos ordinarios. Esta curiosa posición mantiene que los cubanos son “diferentes” y que por lo tanto no tienen las mismas necesidades y derechos que los demás seres de este planeta. No son humanos, sino cubanos.

En este curioso entorno, el gobierno de la isla de Cuba puede, sin ser criticado, eliminar totalmente lo que Vinicio Cerezo llamó “la música de la democracia”, la voz de los opositores, las manifestaciones en desacuerdo, las quejas y la propagación de opiniones contrarias a las del gobernante. Lo más triste es que, para muchos, la efectividad de la represión, ese silencio forzado bajo las amenazas de un régimen que controla los más mínimos detalles de la vida de sus súbditos, se torna en la excusa perfecta para negar su existencia. Así, en Cuba, sin medios para hacerse escuchar, “los disidentes” pues ni ellos mismos pueden atreverse a llamarse opositores, se tornan en fantasmas, seres invisibles que Latinoamérica prefiere ignorar. No se les mira ni menciona, y así no se les ve, pues el simple reconocimiento de su existencia traería la furia del tirano de Cuba y de “eminentes estadistas” de nuestro continente, como Lula, Evo y Chávez.

Pero los invisibles ahí están, por mucho que no se les quiera ver. Algunos, angustiados y frustrados por su invisibilidad, han llegado al extremo de dejarse morir de hambre con la esperanza de que la muerte los haga visibles. Así murió Pedro Luis Boitel y así murió Orlando Zapata Tamayo. Esperemos que Guillermo Fariñas Hernández desista de su huelga actual, no es necesaria otra muerte. El gobierno de Cuba no modificará su postura pues ese país tiene un “Máximo Líder”  y este ya extornó opinión, así que nadie, ni siquiera su hermanito “El Presidente” puede cambiar el rumbo. Los gobiernos de Latinoamérica seguirán acorde al curso ya trazado, y las organizaciones de derechos humanos, al menos las de Guatemala, seguirán sin hablar. Nuestros visibles “activistas de derechos humanos” amarrados a su pasado o al de sus seres queridos, cometerán el mismo error que otros cometieron antes y que derivó en los hechos que ahora ellos persiguen aclarar con tanto ahínco: el error de aplicar selectivamente los principios universales que dicen defender. Solo cabe preguntarse que dirá la historia sobre este vergonzoso capítulo, donde nuevamente los que podían contribuir en algo a frenar la barbarie optaron por no ver, no oír, y no hablar.

Originalmente publicado en Siglo 21 el 21 de mayo de 2010.


 

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