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Juguemos Política


Cuando era adolescente nos juntábamos con vecinos para hacer deporte. Primero escogíamos dos capitanes, siempre los más destacados en el juego. Luego uno de los dos escogía un jugador para su equipo, turnándose con el otro hasta que aún los peores quedábamos seleccionados. Los equipos eran efímeros. Saboreábamos el triunfo, o sufríamos la derrota con los aliados del día, mismos que posiblemente habían sido los contrincantes de ayer. Todos queríamos quedar en el equipo más fuerte, sin que por eso se nos acusara de “tránsfuga”, pues era válido solo querer ganar. El sistema mantenía a los equipos parejos y el juego interesante.

El paralelismo con nuestros partidos políticos es revelador. Todo es igual. A ningún participante le importan las ideas o la moral del compañero, solo cuenta lo que aporta al juego. Claro que en el deporte es así, el triunfo es el fin y la habilidad es lo que importa, pero en el juego político se supone que el triunfo es solo el medio para la implementación de propuestas generalmente derivadas de convicciones políticas. Debemos preguntarnos por qué nuestros “equipos” políticos carecen de filosofías unificadoras y reconocer que esta carencia es un problema importante. Sin visiones divergentes, o si se quiere, sin “ideologías”, no surgirán diferencias programáticas ni debates que permitan una escogencia lógica por parte de los votantes. Es por esto que las elecciones son concursos que ganan los que más gastan, con debates que solo sirven para que los candidatos conozcan y copien las propuestas de sus contrincantes, y  los políticos son cañones sueltos capaces de disparar en cualquier dirección después de ser electos.

Increíblemente, hasta hace poco, analistas y políticos veían la falta de definición como una virtud. Por eso pensaba que la falta de definición no resultaba de la simple cobardía política, del miedo a perder votos, sino de la aceptación generalizada de que lo moderno e inteligente estaba en ser pragmático y liberarse de las “ideas del pasado”. De ser adepto a las teorías de conspiración hubiera pensado que esta aceptación era impuesta por financistas “maquiavélicos” convencidos de que así evitaban el surgimiento de ideas peligrosas para sus intereses. La verdad es más sencilla. Las causas son la corrupción y los privilegios del poder, pero los políticos nos tratan como enanos mentales al proponer que otro efecto, el transfuguismo, es la causa. Imaginemos que la presidencia se otorgara al mejor goleador del año y las curules a los mejores jugadores de la liga. ¿Qué cambiaría prohibir el traspaso de jugadores? Pero ¿qué si los jugadores no pudieran recibir pago alguno y el triunfo no les otorgara poder, sino solo obligara al gobierno a implementar ciertas propuestas? Eventualmente “Municipal” y “Comunicaciones” serían instituciones políticas sólidas con jugadores de convicción que no cambiarían de equipo.

Es obvio que en un sistema en el cual el participar en política no paga mejor que otra actividad, no da impunidad para actividades criminales, no da empleo en el gobierno para activistas y familiares, ni abre la puerta para negocios con el gobierno, no participará ni financiará quien no tenga pasión por sus ideas.




 

Originalmente publicado en Siglo 21 el 31 de Mayo de 2014.

 
Post date: 2015-02-13 21:05:04
Post date GMT: 2015-02-14 03:05:04


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